miércoles, 11 de febrero de 2009

Dulces sueños

Desde la montaña de chocolate, desciendes esparciendo almendras, llegas a un descanso de almíbar y te subes a la balsa de galleta, chapoteas luego dentro de él mientras te rodean peces de durazno partidos en dos.

Te secas al sol de la mañana y juegas revoloteándote sobre caramelos. Desayunas empalagosos trozos de esperanza pasando sin tragar sus incrustaciones de tiempo, saboreas un endulzado corazón trozando sus partes para guardarlos por si hace falta.

Más tarde trepas a un árbol de leche condensada para coger los frutos del mañana, te sientas en la copa para observar las nubes de algodón. Bajas de un brinco y caes sobre jugosas almohadas.

Se hace tarde y regresas a la cima chocolatada, llevas contigo frutas confitadas, miras el horizonte pensando en mañana y te duermes nuevamente para soñar con tus tardes saldas.

viernes, 6 de febrero de 2009

Corriente alterna

El de bata blanca se le quedó mirando, con sus ojos chiquitos lo recorrió todo, comenzó por el iris y terminó en sus pupilas, lo examinó, dio dos pasos al frente y le mostró la credencial que pendía de su pecho: Dr. Gregorio Shneiddeberg Castro, Psicoanalista. No lo conocía, no tenía cita ni mucho menos para pagarle la consulta pero Abelardo dejó que se sentara a su lado.

El Phd sacó un papel membretado y sobre él hizo un garabato ininteligible, se lo pasó al ocasional paciente. Abelardo lo cogió y comenzó a llorar.

Pasó su mano sobre su cabeza, lo arrastró a su pecho y lo dejó llorar.

Con una mano le acarició la mejilla y con la otra le metió un cocacho.

Ambos se colocaron sus lentes y comenzó la retórica: 

- Demencia crónica por depresión o tal vez sea depresión crónica por demencia… interesante.

- Doctor, a mi burro, a mi burro le duele la cabeza y el médico le ha dado un vaso de cerveza.

- Interesante. Veo en tu alma que la cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar. 

Pasó frente a ellos el cobrador. Abelardo y el Doctor dijeron al unísono: 

- Buenos días su señoría mata tiru tiru la.

- ¿Arroz con leche?

- No. 

Se fue. 

- Doctor, me quiero casar con una señorita de Portugal.

- ¿Seguro?

- No, de Canto Grande

- ¿Ya jugaste en el bosque mientras el lobo está, el lobo está…? 

El cobrador regresó e interrumpió al médico: 

- ¿Lobo qué estás haciendo?

- ¡Estoy preparando mi tesis! Es sobre demencia crónica por depresión o tal vez sea depresión crónica por demencia… interesante. 

Se fue. 

- Si doctor, ya jugué en el bosque con el conejo de Alicia.

- ¿Y ya dejó que salga el sol, que salga la luna?

- Será el sereno.

- S-e-r-e-n-o – apuntó. 

Alguien cerca abrió un taper. Abelardo y el Doctor miraron. 

- Doctor, quiero ser como ese tallarín que se mueve por aquí, que se mueve por allá.

- Te lo dije, demencia crónica por depresión o tal vez sea depresión crónica por demencia… interesante.

- Es que se ha muerto mi burro y con la cola dice adiós adiós perico.

- Recuerde entonces criar muñecos.

- Pero es que Pin Pon es un muñeco travieso y juguetón.

- Pero se lava la carita con agua y con jabón.

- Chanfle.

- Recontrachanfle. No, Shrek, si, si, si, Shrek y la galleta de jengibre. 

El Doctor Shneiddeberg apuntó algo en una hoja y se lo deslizó a Abelardo, decía: LLÁMALA. 

- No tengo su número.

- Caramba muchacho pero el telefonito es una necesidad.

- Palabras, palabras y más palabras.

- Yo he estudiado joven, no soy bla, bla, bla. Pues llame a algún amigo.

- No se puede, a Pulgarcito lo invitaron a dar un vue vue vuelo en un avión.

- La misma historia de siempre, supongo que la gaso li li lina se acabó.

- Olé olé.

- Bueno, hábleme de la muchachita de la mochila azul.

- Vive en Canto Grande y el patio de su casa es particular.

- Confirmado, demencia crónica por depresión o tal vez sea depresión crónica por demencia… interesante. 

Pasó el cobrador por última vez, miró a Abelardo, se mofó y le dio un palmetazo: 

- ¡Encantado! – Abelardo se quedó estático. 

Se fue por última vez. 

- ¡Lo tengo! ya se como curar la demencia crónica por depresión o tal vez sea depresión crónica por demencia… interesante. 

Se puso de pie, Se acercó a Abelardo, esperó que el bus se detenga. 

- ¡Desencantado! - Comenzó a correr y se bajó del bus dando trancazos. 

Abelardo se curó de la demencia crónica por depresión o tal vez de la depresión crónica por demencia. Será el sereno.

jueves, 5 de febrero de 2009

Torrencial

Abelardo tenía los pies mojados, no lo hubiera notado si esa bocanada de aire frío no ingresaba por la ventanilla del bus, sintió congelarse de pronto, miró al suelo y estaba hundido hasta los tobillos, se volteó para ver a los demás pasajeros y todos estaban montados sobre sus asientos sin chistar.

Cada vez que alguna de las puertas del bus se abría disminuía el caudal, se escapaban chorros líquidos y se desparramaban sobre la pista, sobre la vereda, sobre las extremidades de los que subían, nadie parecía notarlo, entraban salpicándolo todo y ocupaban algún lugar vacío, abrían el periódico o cerraban los ojos tratando de echarse una siesta hasta su paradero final.

Hubo un largo trecho sin abrir las puertas, un embotellamiento impedía que la 12 pueda avanzar, el bus se quedó impávido sin poder moverse, ni un centímetro. Por esos varios minutos las aguas comenzaron a trepar, no tenían por dónde salir; Abelardo, aterrado, se subió sobre su butaca y desde ahí veía como el nivel del líquido comenzaba a ascender,  veía también como nadie se incomodaba por lo sucedido, todos estaban mojados más allá de las pantorrillas, casi hasta el vértice que se frunce detrás de las rodillas.

Pronto el bus logró avanzar y a unas pocas cuadras descendieron dos pasajeros, las portezuelas metálicas se separaron haciendo un feo ruido por la fuerza que les impedía abrirse, todos al unísono voltearon la mirada pensando que había sucedido algún accidente, luego, al ver que nada estaba roto continuaron con sus rutinas. El elemento acuoso resbaló estrepitoso hasta casi descargarse por completo, cuando las puertas volvieron a cerrarse el bus se volvió a llenar.

Nadie a bordo parecía darse cuenta de lo que sucedía, Abelardo miró hacia la avenida y todo estaba seco, levantó la cabeza y no vio goteros, todo ocurría dentro y no habían visos aparentes del motivo del aguacero. Aquel incidente le causaba turbación, se bajó de su asiento y se sumergió otra vez hasta el tobillo; dentro de ese pantano cristalino, helado, caminó hacia el chofer intentando preguntarle algo. Antes de llegar hacia el conductor una imagen sobre el retrovisor llamó su atención, fijó la mirada y descubrió su rostro sobre el espejo, además de que todo era por culpa de él mismo.

De sus ojos manaban cantidades descomunales de lágrimas, sus dos nichos visuales parecían cuencas de las que brotaban cataratas, galones de lágrimas salían expulsados a borbotones regándolo todo; con ambas manos se cubrió el rostro tratando de contener aquel torrente lacrimógeno pero con la vista obstruida no podía darse cuenta si se había detenido la precipitación. Observó nuevamente su reflejo en el espejo y todo seguía igual, chisgueteaba aún una abrumadora cuantía de humores acuosos y salados. Abelardo probó su llanto y era real, caminó de espaldas hasta su asiento y se dejó caer sobre él, descubrió que estaba llorando y nadie lo había notado, había pasado desapercibido por toda la humanidad contenida en la 12 del mismo modo como no podían advertir las estrellas a la luz del día, se resignó, recogió ambos pies sobre su asiento, escondió la cabeza entre las rodillas, dio un suspiro y comenzó a gemir largamente, ininterrumpidamente, estaba triste porque él tampoco se había dado cuenta de aquel llanto que comenzaba a amenazar con ahogarlo dentro del bus.

miércoles, 4 de febrero de 2009

La muralla verde

Tenía el mejor atuendo de todos, pasaba bien por algún honorable hombre de negocios que ha consumido toda la gasolina de una cuatro por cuatro a su nombre y decidió subirse a la 12 para rozarse con la gente que no sabía la buena suerte con la que contaba. Parecía un honorable hombre y vaya que lo era.

Abrió su portafolio de cuero auténtico y extrajo de él dos paquetes de incienso y aperturó su garganta tratando de hacer un honorable discurso de negocios: 

“Chinazo, dama, caballero, niño que me escuchas y crees en los ovnis, tú abuelito bastonero que aún no has visto nada y sólo te preguntas en qué momento se jodió el Perú, he venido a mostrarles la llegada de los extraterrestres violadores, porque los he visto merodeando en mi habitación y me han contado que ya le arruinaron las posaderas al mismísimo diablo… imagínense lo que harán con nosotros si nos cogen desprevenidos ¡sálvate! ¡cómprame incienso! Tengo de tres aromas diferentes, uno de lavanda que huele a limón, otro moderno de patchouly índiga que parece sativa y el no menos espectacular de cigarro mentolado, ¡cómprame incienso y sálvate de los extraterrestres violadores, si no lo haces serás un paramecio descerebrado toda tu vida, involucionado maldito”

El honorable hombre que trataba de hacer negocios se acercó a Abelardo y depositó dos paquetes sobre sus manos, había sido el único que no se había reído de él, lo vio inmaculado y quiso salvarlo de ser abducido por los extraterrestres violadores.

“Señores, vean con sus propios ojos lo que hace la fe, este hombre cree en mi y yo creo en él, le he regalado su incienso y a ti te los vendo, seremos sólo dos humanos los que nos salvaremos y luego, los vamos a gobernar y los obligaremos a recuperar el Huascar. ¡Viva Piérola! Pero antes de que se les sulfate el cerebro vengo también a proponerles que me compren el último cassette de los Enanitos Verdes que por algo tienen a Marciano en sus filas, no es juego, no es broma, no sean tarados, me están llegando todos al mazo. Con la venia del señor conductor de este vehículo transportador de pasajeros pondré la música en aquel aparato reproductor que está cerca de la palanca de cambios, y así se enterarán de una vez que este no es un bus, en realidad es una nave espacial camuflada porque cuando yo la vi, supe lo que en realidad era y he subido a decirles la verdad y a escuchar la música celestial”

A las malas y a empellones, el honorable hombre que daba pocos honorables discursos de negocios trataba de colocar el cassette por el lado B. Cuando descubrió que no lo lograría aperturó nuevamente su garganta y se puso a gritar:

“E S T O Y P A R A D O S O B R E L A M U R A L L A Q U E D I V I D E T O D O L O Q U E F U E D E L O Q U E S E R A”

El chofer hizo rechinar las llantas de la 12 sobre el asfalto con una frenada en seco que aplastó al honorable hombre sobre el piso y sobre él cinco personas más, el ennegrecido chofer se puso de pie y ayudó a levantarse a los cinco inocentes sorprendidos y cuando descargó la monta de gente sobre el honorable hombre de negocios, lo cogió del cuello y lo llevó hasta la puerta con la firme disposición de sacarlo volando. En un honorable intento de defensa, el honorable hombre de negocios le pinchó los ojos al conductor y se liberó, llegó hasta donde Abelardo y lo abrazó, lo apretó de tal modo que casi le arruina las flores y le desinfla el globo metálico, el diminuto cobrador lo jalaba de los pies, el chofer del portafolio y Abelardo no hacía otra cosa que agarrarse de si mismo y del asiento para que no lo saquen del bus junto al honorable hombre de negocios. “sálvame de estos energúmenos idiotas que ven molinos de viento cuando son gigantes, libérame de este entuerto Sancho, no me sueltes que yo te llevaré donde tu damisela y te regalaré una ínsula para que la gobiernes con toda tu sabiduría junto a tu dulcinea, vamos Quijote, te hago caballero andante, mira que yo soy sólo un instrumento del Dios castigador…” gritó el honorable hombre de negocios. 

Abelardo dejó de sentir la presión del abrazo y los tripulantes de la nave espacial lograron echar fuera al honorable salvador del planeta, cuando lo vieron flotando en el espacio le lanzaron una maldición con sus varitas mágicas, le apuntaron a los ojos y le dispararon dos rayos desintegradores, lo dejaron ciego y le soltaron al ruedo tres Tiranosaurios. El honorable hombre intergaláctico chilló que volverá.

Abelardo se le quedó mirando por la ventanilla atesorando los paquetes de incienso tanto como sus flores y el globo, sabía, por aquel mensaje divino e inspirador, que el honorable hombre – Dios, de verdad volverá.