miércoles, 21 de enero de 2009

Miradas

Todos los asientos estaban ocupados y la única persona de pie era Abelardo, luego de haber cedido el asiento, tratando de aferrarse a un tubo metálico que resultaba ser su único sustento para no caer cada vez que el bus aceleraba o frenaba de modo brusco y arrebatado.

Mientras mantenía su globo metálico y el ramo de flores, la única mano que le quedaba libre se engrillaba en el pasamanos como tratando de escoltar a un presidiario al destino de su condena. Los malabares que debía realizar obligaban a la concurrencia a escrutarlo detenidamente porque parecía un loco fiel a sus pocas pertenencias mientras deambula denudo a vista y paciencia de los que no lo estaban.

El chofer no podía evitar darle secretas miradas por el retrovisor y de buena gana ensayaba maniobras peligrosas para poner en aprietos mayores a Abelardo, cada pisada del acelerador o del freno eran una fiesta íntima para él, de vez en cuando trazaba una burlona línea sobre su ennegrecido rostro.

El pequeño cobrador también prestaba atención a lo que sucedía, las palabras se le hacían más pequeñas y la recurrencia de su pregón se aletargaba cada vez que con un ojo veía el espectáculo y con el otro revisaba los rostros de quienes aún le debían el pasaje.

Una pareja de esposos, que se encontraba sentada frente a Abelardo, se ponía incómoda cada vez que el cuerpo inestable del portador de los regalos se abalanzaba sobre ambos amenazando con caerle encima. Tanto por las evasivas maniobras evitando precipitarse contra los casados como por la frenética lucha tratando de no soltar sus prendas eran motivos de celo en cada uno de ellos; ella parecía admirarlo por la lucha tratando de mantener intacto el globo metálico y los pétalos de las flores, él parecía odiarlo por dar muestras vivas de que aún se puede ser héroe, de que aún se puede ser detallista, de que aún se regalan flores. Ambos también se miraban a los ojos, ella haciéndole reproche con las pupilas y él pidiéndole clemencia con las córneas.

Desde la línea de asientos posteriores un grupo de escolares parecía estar frente a su maestro de física, la forma como nuestro personaje retaba las leyes gravitacionales era sensacional y una clara muestra que la ley de la inercia existía y se podía demostrar frente a sus ojos; cada vez que el bus se detenía, la velocidad que anteriormente llevaba se aplicaba en el cuerpo de Abelardo apurándolo hacia delante y aplicando tanto la misma línea vectorial del trayecto como la fuerza de empuje ejercida por el movimiento desacelerado continuo, pero discutían el motivo de su permanencia en pie y llegaban a la conclusión de que era por el rozamiento físico de su palma contra la formación tubular de la cual se sostenía y por la fijación de sus pies separados sobre el piso metálico. Este razonamiento académico no evitaba que, como adolescentes fugitivos de las aulas, largas carcajadas burlonas inunden la caja de aluminio que contenía a los pasajeros.

Un anciano de la vieja guardia observaba a Abelardo con nostalgia y se sentía incentivado a pensar que todo tiempo pasado fue mejor y que aún podía tener esperanzas de que la loca juventud descarriada como cerdo poseído por los demonios de Legión, pueda ser exorcizada y encaminar su rumbo antes de caer por el precipicio de la perdición. En tiempos en que ya nadie regala flores había un loco sentimental cerca de sus seniles y cansados ojos devolviéndole la ilusión de que todo tiempo pasado fue mejor y que el romanticismo no ha muerto ni seguirá muriendo.

Otras tantas miradas también escudriñaban a Abelardo, Algunos sentían compasión por el esfuerzo, otros rezaban para que el espectáculo cierre con broche de oro y salga disparado hasta estrellarse contra el parabrisas, unos tantos con deseos de imitarlo en otra ocasión y otros pocos con la enmascarada indiferencia que supuestamente los caracterizaba mientras se mantenían expectantes del desenlace.

Abelardo no tenía oportunidad de observarlos, él se mantenía estoico en su lucha, con los dientes apretados, con los ojos cerrados, con la frente sudorosa, con los pies firmes y con el alma aferrada a una ilusión.

1 comentario:

Mustango dijo...

califragilisticamente admirable, cada vez mejor