miércoles, 14 de enero de 2009

“Pasaje, pasaje”

Desde el saque el cobrador me cuadró con el pasaje, no habíamos avanzado ni media cuadra y ya estaba encima mío tomando precauciones porque sabía que en los paraderos siguientes el bus se llenaría de gente y que no podría siquiera transitar libremente por el pasillo y antes que le hagan el cholito se enfundó lo que me correspondía pagar.

Era sólo un niño, su edad no debía pasar de los 15, su estatura y complexión eran ideales para esos tiempos de empacho de pasajeros que solían experimentar las líneas de transporte público, con facilidad podía movilizarse entre la muchedumbre muy a pesar de estar apretujada; parecía tener el cuerpito lubricado cada vez que se metía entre dos personas, parecía desaparecer y perecer en la asfixia de esos cuerpos acoplados pero de alguna manera aparecía sano y salvo por el otro lado.

Portaba una gorrita roja con la visera hacia atrás y la primera impresión que daba al hacer su trabajo era que la tenía adherida a la cabeza con pegamento porque ni cambiaba de posición ni siquiera un milímetro, era parte de su cuerpo, una extensión de tela que emergía en lo más alto de su ser. Por los costados de la gorra se escabullían retazos de cabellos mal cuidados, erectos, negros, gruesos. A cada giro de cabeza amenazaban con cercenarle un miembro a algún pasajero o clavarse mortalmente en el cuerpo de alguien.

Cuando tenía la oportunidad de hacerle saber al mundo cuál era la ruta por la que transitaba su unidad de pasajeros procuraba que se entere medio Lima y balnearios, una aguda voz salía expulsada de su diminuta cabeza pregonando los diferentes destinos, prometiendo que había sitio al fondo mientras aleteaba por la primera ventana. Esos sonidos afectaban tímpanos humanos y caninos por el ultrasonido que de seguro debía contener. Los chillidos hacían temer que parte de sus cuerdas vocales se desgarrarían en cualquier momento y escupiría trozos nerviosos sobre el asfalto.

El niño cobrador pasó delante mío en varias oportunidades y no se atrevía a volver a cobrarme, mis flores y mi globo metálico lo asustaban, cada vez que volvía a solicitar los pasajes sus ojos negros, profundos, expertos, se tornaban hacia mis pertrechos, los señalaba con una mirada retadora y desafiante, pero no me exigía otra vez el pasaje, algo lo apartaba, algo lo llenaba de horror, era el saber de antemano que yo sería casi su eterno acompañante y se notaba que no me quería cerca.

1 comentario:

Mustango dijo...

donde consigo esas flores y ese globo metálico que parece ser un recurso más eficiente que el carnet medio pasaje ¿Donde?