jueves, 29 de enero de 2009

Bájate

El controlador de turno fustigaba a Abelardo exigiéndole le muestre el boleto para constatar que había pagado su pasaje. 

-No hijo, si no tienes boleto o pagas o te bajas.

-Pero yo he pagado ni bien subí, desde el paradero inicial.

-Negro, para el bus, el niño no encuentra su boleto, se va a bajar.

-Si, baja nomás, caballero, y no salgas con que desde el principio estás aquí que ni me acuerdo de tu cacharro.

-No pues, les juro que tenía el boleto en el bolsillo, déjenme buscar bien. 

Desde los últimos asientos comenzó a ascender un rumor a protesta y se detuvo en los oídos de Abelardo. 

-Bájate oye, estamos apurados.

-Sí, bájate de una vez.

-Pero un momento pues señores, yo he subido en el paradero inicial, estoy yendo a entregar estas flores y el…

-No nos queremos enterar.

- O te bajas o te bajamos.

 La consternada turba, sintiendo que el tiempo transcurría en vano, comenzó a empujarlo hacia la puerta, uno tras otro, todos juntos. Abelardo se aferraba a su puesto, no quería avanzar, se mantenía impertérrito sobre sus pies. El rumor se había convertido en una sola voz: bájate, bájate, bájate. Él no quería.

Los rostros que lo incriminaban no le retiraban la mirada, seguían incitándolo de mala forma a que descienda de la 12. Incorregible, Abelardo seguía prendido de su ubicación.

El sonido de las voces era una constante estridencia cada vez que sonaba un nuevo bájate, los demonios de Abelardo comenzaron a apoderarse del entorno. Todos estaban en su contra, hasta las flores le decían que se baje, el globo metálico le decía que se baje, la nonagenaria ciega le pedía que se baje, el recién nacido en los brazos de su madre le imploraba que se baje, la novia a punto de casarse le exigía que se baje, los ojos del amor de su vida le rogaban que se baje, Dios le demandaba que se baje.

Ante la presión inmensa de la estratósfera sobre sus sentidos, Abelardo deslizó sus dedos por el bolsillo, extrajo sus últimas monedas y las colocó en las liliputienses manos del cobrador, no se iba a bajar. Sabiéndose menesteroso se sentó nuevamente, y por primera vez supo que su viaje se convertía en una travesía peligrosa, cerró los ojos para impedir la inminente fuga de sus lágrimas, pensó en el bello rostro de Alicia, en su voz inconfundible y única, en su mirada fija y penetrante, en su alma desbordante, en sus escolásticas manos. Abelardo se sumió en los fuertes latidos de su corazón incentivando cada sístole, suspiró profundamente, se concibió solitario pero fuerte, miró el camino de frente, recordó su misión y lleno de incertidumbre siguió el derrotero inicial acompañado de la minúscula esperanza de ser amado y amar aún más a Alicia, hasta el paradero final.

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